31 enero, 2018 | 10:09 hrs.
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II. Una economía que impulse el desarrollo

Las críticas a cierto excesivo economicismo de la derecha tienen mucho de válido. Sobre todo en época reciente, es posible que el sector haya errado al poner demasiado énfasis en las cifras económicas y los equilibrios financieros, en relativo desmedro de otras áreas esenciales de la gobernanza, como la calidad y probidad del Estado, la garantía de igualdad ante la ley, la defensa de derechos fundamentales o la protección de grupos sociales vulnerables, por citar algunos.

Sin embargo, con inteligencia y haciéndose cargo del Chile actual, la propuesta programática del sector al país no puede dejar de insistir —con convicción y buenos argumentos— que el crecimiento económico y el empleo son pilares sobre los que se funda cualquier aspiración de progreso para los chilenos. En lo doctrinario, lo que sostiene esos pilares son valores como el emprendimiento individual, la propiedad privada, la competencia de mercado y la libertad de precios, entre otros.

La propuesta programática de la derecha debe aprovechar el hecho de que la defensa moral, intelectual y política de esas ideas puede hacerse desde la experiencia práctica: la combinación de crecimiento económico y políticas sociales focalizadas en los más vulnerables (es decir, con rentabilidad social) fue lo que permitió la mayor transformación de Chile en su historia, como fue reducir la pobreza a menos del 10%. Eso es progreso.

Ningún programa que impulse estas ideas puede tener credibilidad ante la opinión pública si no promete traducirlas en una práctica política coherente al momento de ejercer el Gobierno. Quienes creen que la economía libre es el motor del desarrollo deben defender un mercado sin trampas, una competencia sin ventajas y una regulación inteligente. Eso implica que debe haber una condena moral, política y, cuando corresponda, judicial, para quienes perjudican y deslegitiman al sistema económico violando sus reglas.

Nuestro sector debe prometer a los chilenos que, desde el Gobierno, estará preocupado por velar que se cumplan las reglas del libre juego económico y por exigir cuentas a quienes las transgredan. No hay una verdadera economía libre cuando existen acciones para fijar precios, impedir la competencia o proteger intereses creados. Por ende, debemos revisar y mejorar los instrumentos regulatorios que contribuyan a mantener pareja la cancha del juego económico. No con espíritu de intervenir, sino de garantizar el fair play, y empezando con un Estado que se conduzca más como aliado de los actores económicos —especialmente los pequeños— que como obstáculo, por su burocracia y sus costos.

Un Gobierno capaz de promover el desarrollo económico y hacer cumplir las reglas del libre mercado en beneficio de todos los chilenos, necesariamente debe mostrar un manejo prudente —e inteligente— de las finanzas públicas. En esencia, esto implica un Fisco responsable, comprometido con el presente y con visión de futuro.

En vista de la difícil situación fiscal que dejará el actual Gobierno, nuestro sector tiene la oportunidad de proponer al país fórmulas que ayuden a ir recobrando la salud de las cuentas públicas, así como de recordar a los chilenos que la derecha ha sido tradicionalmente competente y exitosa en este ámbito. Junto con instrumentos de gestión fiscal para el corto plazo, el programa de la derecha debe incluir propuestas de inversión pública que muestren una mirada hacia el futuro, hacia el país en que ya nos estamos convirtiendo a ritmo acelerado.